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LA FE QUE NECESITAMOS

«El que creyere y fuere bautizado será salvo; mas el que no creyere será condenado.» Mar.16:16.

Estas palabras contienen una firme promesa de salvación para los creyentes, pero a la vez contiene una seria advertencia condenatoria para los que no creen en el Señor Jesús. Casi todos los amantes de una religión suave consideran que son ásperas las palabras referidas por Marcos, y prefieren otras frases más agradables, sobre todo de San Juan, como por ejemplo: Juan tres dieciséis.
Sabemos que la salvación no es por obras, sino por gracia, por la fe, pero aquellas personas que rechazan la obediencia a la Ley de Dios, declarándose a sí mismas salvadas por la fe, deberían, por lo menos, saber qué cosa es fe, y no seguir haciendo falsa profesión de ella.
Fe es seguridad o certeza en lo que se espera; una convicción plena de que lo que nos han prometido habrá de llegar, aunque de momento no se vea la posibilidad de ello. Fe es crédito que se da a la palabra por la autoridad de quien la dice. Fe es credulidad.

«... sin fe es imposible agradar a Dios...» Heb.11:6.

«... el que no cree ya es condenado; porque no creyó en el unigénito Hijo de Dios.» Jn.3:18.

Fácil es para cualquier persona decir: «Yo creo en Dios», pero esa no es la fe o creencia que salva de la condenación, pues creer en Dios significa mucho más de lo que piensa o siente el que lo dice. He aquí un ejemplo:
Imaginemos que yo conozco a un hombre llamado Antonio, el cual es muy mentiroso. Son tantas y tan frecuentes las mentiras que dice Antonio, que aun cuando esté hablando en serio no se le puede creer ni la mitad de lo que afirma. Ahora bien, yo sé que Antonio existe, lo he visto, ha conversado conmigo, pero no por eso puedo decir que yo creo en Antonio. Si Antonio ofreciese un premio a los que crean en él, yo, que dudo de sus palabras, de seguro me quedaría sin obtener el premio.
De igual manera hay muchas personas que creen que hay un Dios porque han visto sus obras, o tal vez han tenido un testimonio especial de su existencia; pero si estas personas ponen en duda algunas de las promesas de Dios, porque no creen que toda su Palabra es fiel y verdadera, no pueden decir con verdad que creen en Dios, porque lo mismo que en el caso de Antonio, una cosa es creer que El existe, y otra cosa distinta es creer en El.
Ahora, alguno de nosotros podrá decir: «Yo sí creo en Dios, pues además de saber que le hay, creo que su palabra es verdadera, y vivo por fe en El». Esto también es fácil de decir, pero veamos otro ejemplo:
Celestino es un hombre muy desconfiado. El tiene una buena posición económica, pero los afanes de la vida tan agitada que lleva le han ido agotando físicamente hasta el punto de enfermar de cuidado. El médico le dice que la única manera de curarse es haciendo reposo, por lo que le recomienda que deje a un lado su negocio, por seis meses a lo menos, pero es tanta la responsabilidad que siente Celestino por su negocio, que no está dispuesto a desatenderlo, ni aun a costa de su salud; sólo después de mucha insistencia de toda la familia, y ante el buen deseo de ayudarle que tiene su hermano mayor, es que decide Celestino poner temporalmente las riendas del negocio en manos de su hermano.
El hermano de Celestino es un hombre serio, cumplidor, inteligente y capaz de manejar el negocio mucho mejor que el mismo Celestino, a quien además ama entrañablemente. Celestino comienza a hacer reposo conforme al plan médico, pero es tanta la ansiedad que siente, que desde la cama sigue preocupado por todo, y no puede estar tranquilo pensando que algún descuido de su hermano le pueda hacer perder algunos clientes, o sufrir cualquier otro revés. Quisiera saltar de la cama y correr a su oficina para chequear todos los papeles; quisiera entrevistarse personalmente con otros hombres de negocio, pero sabe que no debe hacerlo, porque eso le traería el reproche del médico, y sería además defraudar a su hermano, que con tanto acierto y buena voluntad le está socorriendo. Sabe que no lo debe hacer, pero no puede contenerse y decide permanecer en cama durante el día, y aprovechar las horas de la noche para poner en práctica, a escondidas, sus propios planes de supervisión.
Al pasar unas cuantas semanas no sólo la salud de Celestino siguió empeorando a causa de sus desvelos, sino que su hermano comenzó a sospechar que le estaba espiando y acabó por comprobar su falta de confianza, por lo cual, decepcionado, desistió de seguir llevando las riendas del negocio. Ese es el resultado de la desconfianza; ese es el resultado de la falta de fe en una persona buena y capacitada que nos brinda ayuda. Y nosotros, que decimos creer en Dios; nosotros, que decimos VIVIR POR FE, ¿no corremos el riesgo de ser hallados en una condición semejante a la de Celestino?
No debemos caer en la pereza, pretendiendo que Dios haga todas las cosas, dejándole así la parte que a nosotros corresponde hacer; pero si aun en esa parte que toca a nosotros obrar y decidir, debemos contar con la ayuda divina, ¿cuánto más debemos confiar a Dios aquellas cosas en que El ha prometido obrar directamente, y por las cuales nos dice que no nos preocupemos?

«Por tanto os digo: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido?» Mat.6:25.

Es relativamente fácil para el hombre proporcio-narse ropas y alimentos a su gusto; en cambio, nadie puede cambiar su propio cuerpo por otro, ni retener la vida más allá de lo que Dios ha determinado. Si Dios es capaz de darnos lo más, ¿no es absurdo juzgarle incapaz de darnos lo menos? Dios sustentó con maná a su pueblo antiguo durante cuarenta años. Hay un mandamiento de Jesucristo que dice:

«Trabajad no por la comida que perece, mas por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará: porque a Este señaló el Padre, que es Dios.» Jn.6:27.

El mismo Señor que dio a sus discípulos la orden de no trabajar afanosamente por la comida perecedera es el que les prometió el sustento necesario, siempre que ellos buscaran con dedicación los bienes espirituales, Mat.6:31. El les contrató para trabajar en su viña, encargándoles que no se preocuparan por la comida, ni por el vestido, ni por los demás cuidados de esta vida. Quien crea en esta promesa, debe demostrarlo esperando en ella sin buscarse otro patrón; de lo contrario, ¿cómo decir que hay fe para alcanzar cosas mayores?
Desde la antigüedad Dios prometió a su pueblo librarles de enfermedades si guardaban sus mandamientos. El les dijo:

«Si oyeres atentamente la voz de Jehováh tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehováh tu Sanador.» Ex.15:26.

Jesús dio a sus discípulos autoridad para sanar enfermos (Mar.6:13 y 16:18), y por medio de Santiago ordenó a los creyentes que tuvieran alguna enfermedad que llamaran a los ancianos de la iglesia para recibir de ellos la oración y la unción con aceite (Sant.5:14) y así les prometió sanidad. Muchos religiosos hay que dicen tener fe para salvarse, pero ¿qué es más fácil, levantar a un muerto del polvo del sepulcro o levantar a un moribundo del lecho de su enfermedad? Hace poco me contaron que cuando una religiosa iba a ser sometida a una operación quirúrgica, un misionero le preguntó si había pedido la sanidad divina, a lo que ella respondió: «Este problema no se resuelve con oración, sino con aguja», pero la pobre, tuvo la mala suerte de que su fe en la aguja no le dio buen resultado, pues la intervención quirúrgica fue un fracaso. ¡Quien no crea en el poder de Dios para sanar a los enfermos, que no me venga con cuentos de que cree en la resurrección de los justos, ni me diga que ya esta salvado por fe!
El salmo 91 contiene bellas promesas de protección para los que se cobijan al abrigo del Altísimo, y Jesús dijo a sus discípulos:

«He aquí os doy potestad de hollar sobre las serpientes y sobre los escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará.» Luc.10:19.

¿Estaría el Señor hablando de mentiritas? Si tenemos fe en estas promesas, ¿por qué temerle tanto a las dificultades y a las amenazas del maligno? ¿por qué algunos huyen despavoridos hasta de un animal inofensivo?
Son numerosas las promesas del Señor para su pueblo, pero sólo mencionaré algunas más:

«El que en mí cree, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre.» Jn.7:38.
«El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre.» Jn.14:12.
«El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.» Jn.11:25 y 26.

Marta, ¿crees esto? ¿te atreves a VIVIR POR FE? Conviene que nos apliquemos la recomendación del apóstol Pablo a la iglesia de su tiempo, cuando les dijo:

«Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos. ¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros si ya no sois reprobados?» 2Cor.13:5.

No es bueno que alguno de nosotros sea hallado en la misma condición de Celestino, y que por mantenerse acorde con los principios o reglas de conducta aceptables en la iglesia esté tratando de aparentar una confianza en Dios que en realidad no siente mientras esté tratando de resolver por sus propios medios lo que tan buenamente el Señor ha prometido concederle gratuitamente.

«...se enorgullece aquel cuya alma no es derecha en él: mas el justo en su fe vivirá.» Hab.2:4.
«...la justicia de Dios se descubre de fe en fe; como está escrito: Mas el justo vivirá por fe.» Rom.1:17.
«Mas por cuanto por la ley ninguno se justifica para con Dios, queda manifiesto: Que el justo por la fe vivirá.» Gál.3:11.
«Ahora el justo vivirá por fe; mas si se retirare, no agradará a mi alma.» Heb.10:38.

Vivir por fe quiere decir tener una completa convicción de que son ciertas TODAS las promesas del Señor; es tener plena confianza en el cumplimiento de esas promesas, tanto en las menores como en las mayores; tanto en las que se tienen por posible como en las que parecen absurdas y ridículas para los hombres incrédulos y materialistas. Vivir por fe es estar seguro de que se tiene vida espiritual, y demostrarlo ajustando todas las acciones de la vida a la fe que se profesa.
Necesitamos fe para recibir los alimentos; fe para recibir el vestido; fe para recibir la salud; fe para ser llenos de Espíritu Santo; fe para vencer todas las fuerzas del maligno; fe para sanar enfermos y echar fuera demonios; fe para alcanzar la justificación, o perdón de los pecados; fe para alcanzar la resurrección y la vida eterna, que es la mayor de las promesas que podemos esperar por fe.
Cuando tengamos esa fe, se podrá decir de nosotros como de los discípulos antiguos:

«Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, obrando con ellos el Señor, y confirmando la Palabra con las señales que se seguían.» Mar.16:20.

Creer no es admitir como probable; creer es estar seguro de que sí es. Ojalá que muchos puedan entender ahora el versículo de San Juan 3:16, y no sigan teniendo por blandujas las benignas palabras que nos dicen:

«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.»

Supv. B. Luis, P. Baracoa, octubre de 1976